En la era de la comunicación abierta, no quisiéramos incurrir con nuestra opinión en alguno de los pecados capitales identificados por la doctrina cristiana.
Nos parece interesante enmarcar el presente comentario transcribiendo la definición que sobre los vicios del ser humano hizo Santo Tomás de Aquino:
“…Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera tal qué en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice que son originados en aquel vicio como su fuente principal. Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada. …”
El catecismo enseña que los vicios se contraponen a las legendarias virtudes cristianas y durante el curso de la historia, los circunscribe a “siete pecados capitales”, derivados así del origen etimológico de la palabra capital (del Latin: caput, capitis) que traduce cabeza, y qué según el catolicismo, son vicios que generan otros.
La representación de los pecados capitales bajo la perspectiva cristiana, son producto de juicios de valor sobre la conducta humana, y tradicionalmente, en una escala limitada al entorno personal, familiar, laboral y social del infractor o pecador, están identificados con actitudes y acciones particulares; su confesión, son rendidas como parte de un deber religioso, ante los sedicentes representantes de Jesús en el mundo, quienes en virtud de ello redimen también en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Un juicio de valor es un análisis basado en un conjunto particular de creencias, formas de vida o de valores, que no siempre conllevan análisis concienzudos y serenos, antes bien, muchas veces se limitan a evaluaciones apresuradas o basadas en información limitada. En ese contexto y bajo esos principios, admitimos ser pecadores capitales cuando somos enjuiciados según que alguno de nosotros incurra en ira, gula, avaricia, lujuria, envidia, pereza o soberbia dentro de espacios vitales comúnmente reducidos.
Sin embargo, ese ámbito de identificación y cuestionamiento de la conducta humana que hasta hace poquísimo tiempo, daba pie a etiquetar al sujeto como pecador, sólo entre quienes podía generar un efecto o impacto reducido, bien se tratara de familiares, compañeros de estudio, de trabajo o miembros del círculo social más próximo o un poco más allá, cuando involucraba a confesores religiosos o clínicos; siendo exhibidas, hoy día, el fenómeno de comunicación masiva de las redes sociales lo hace exponencial casi al infinito, extendiéndolo a todos los confines de la Tierra con un sólo clic y proyectándose como una onda expansiva en tiempo real hacia un indeterminado número de receptores, abriendo así paso al juzgamiento de millones de personas que aquí hemos querido limitar a la moral cristiana occidental como valores de referencia.
Esta realidad, que parece girar en torno a la plenísima libertad de pensamiento y de expresión como derechos universales de los usuarios de las redes sociales, da rienda suelta y a los cuatro vientos, a virtudes y defectos que concede a usuarios y espectadores por principio de la reciprocidad el derecho a exponer su correspondiente juicios de valoración para emitir su visión del mundo, y por qué no?, a considerar tales exposiciones de hechos y acciones, como claras expresiones de alguno de los siete pecados capitales.
Para aproximarnos a la tipificación de las citadas faltas a la moral cristiana, aplicadas a los diversísimos contenidos que inundan la social media global y sus efectos sociales, donde el límite es inexistente y prevalece la diversa imaginación; hacemos hincapié en una de las condenas cristianas que según la característica en la actitud del mensajero, del expositor y la subjetividad interpretativa de sus destinatarios, parece ser la menos cuestionable de todas, nos referimos a la soberbia; que incluye matices como el engreimiento y la vanidad.
La soberbia parece atender a una percepción subjetiva de superioridad que conduce a un trato distante y despreciativo de otros, por lo que la doctrina cristiana con autoridad ética la considera el pecado capital original, por representar el deseo por ser más importante que los demás; hay quienes afirman que es el pecado más difícil de erradicar por ser el que mejor se esconde en la naturaleza humana, incluso aducen que se cuela en la religión misma bajo el disfraz de la falsa humildad.
También opinan los entendidos, unos más moralistas que otros, que la soberbia es la sobre valoración del yo respecto de otros por superar, alcanzar o superponerse a un obstáculo o una situación, o bien en alcanzar un estatus elevado infravalorando el contexto; en ocasiones conlleva a creer, que todo lo que uno dice o hace es superior y que se es capaz de prescindir de todo lo que digan o hagan los demás. Una percepción sobre actitudes humanas conocida como el engreimiento, se dice que es un derivado de la soberbia, y es específicamente identificada como la actitud o cualidad de la persona que está convencida de su superioridad mostrando muchas veces desdén y hasta desprecio por los otros; el engreído muestra orgullo excesivo por las cualidades o actos propios, cree exageradamente en su valor, desea ser visto, considerado, admirado, estimado, honrado, alabado e incluso halagado por los demás hombres, llegando en algunos casos al narcisismo.
Dicho esto, y sin ánimos de considerarnos jueces de valoración de tanto contenido circulando por medio de las redes sociales; y aún haciendo justicia al importante y fascinante salto evolutivo del conocimiento colectivo que representa para la humanidad la consolidación de tantas plataformas electrónicas de comunicación, al punto de sumarnos al grupo de entusiastas usuarios de sus evidentes ventajas, no podemos dejar de suscribir un juicio de valor publicado a través de las redes sociales que al amparo de la libertad de opinión nos parece oportuno transcribir: “…Se aprovecha a las sociedades del ocio inútil para venderles y se dice que las habladurías y el saber detalles de vidas ajenas, es menos dañino que el alcoholismo y otras drogas, tal vez un día se diga que equivale, pues crea adicción y un aburrado engreimiento estrellista…”.
Claro está, permitamos que el tiempo nos vaya mostrando los irreductibles efectos que seguirá generando el uso global de las redes sociales, con la esperanza de que sus resultados positivos priven sobre los negativos!
Ángel Rosendo Delgado-Medina
Pescara, Italia
Mayo, 2021